B. S.
9 KILOS MENOS Y TONELADAS DE TRANQUILIDAD
Antes de contar mi experiencia personal, me gustaría expresar todo lo que he aprendido con Ylenia. Gracias a ella, mi vida ha dado un giro de 180 grados, he aprendido a normalizar mi relación con la comida, a perder el miedo a ciertos alimentos, a saber que comer no debe de provocar ningún sentimiento en nosotros, simplemente debe ser un momento más del día, tan obligatorio como necesario. He aprendido a ser feliz conmigo misma cuando sé que estoy haciendo las cosas bien y a no relacionar ningún acto social con la comida, a ser libre de elegir lo que me hace sentir bien sin depender de nada ni nadie.
Son cosas que deberíamos saber desde pequeños, pero es un tipo de educación que no se nos ha proporcionado y que en mayor o menor medida, nos termina afectando en nuestra vida diaria y que, en algunos casos, se desvirtúa de tal manera que termina por ser el eje alrededor del cual giran nuestras emociones y pensamientos, el peor error.
En mi caso, la relación que tenía con la comida era un martirio, algo que afectaba a mi día a día hasta llegar a agotarme emocionalmente. Nunca he tenido kilos de más, de hecho siempre he sido de las más delgadas de mis amigas. Tampoco he sido una persona pasiva, he practicado baile desde pequeña y cuando he sido más mayor me pasé al gimnasio, correr, patinar…
Pero para mí no era suficiente, no me sentía bien en mi cuerpo. Quizás el que la gente me dijese continuamente lo bien que estaba haya sido el motivo por el cual tardé tanto tiempo en pedir ayuda. Creía que todo estaba en mi mente y que si era más delgada que mis amigas, no tenía por qué sentirme mal. ¿Por qué me sentía gorda e insatisfecha con mi cuerpo si estaba “mejor” que mis conocidos? Eso me martirizaba y me hacía pensar que era yo la rara. Era lo que me llevaba a prohibirme a mí misma sentirme mal y a no sentirme digna de pedir ayuda, pensaba que solo gente con obesidad o con trastornos como la anorexia eran los que podían pedirla. No dotaba a mi problema de la importancia real que tenía, me machacaba una y otra vez porque me sentía débil.
El nivel de autoexigencia que tenía era muy alto y nunca estaba contenta con lo que veía en el espejo. A los 13 años empecé a saltarme comidas, primero fue el desayuno, estuve muchos años así. Más tarde empecé a hacer cenas demasiado light hasta llegar a eliminarlas también. Según iban pasando los años el desequilibrio con la comida era mayor e inevitablemente me afectaba también a la hora de sociabilizar, no quería que los planes girasen en torno a restaurantes y me ponía nerviosa siempre que la gente decía que tenía hambre, pensaba que eran ellos los que tenían el problema con la comida… “siempre pensando en comer” repetía para mí misma. Años y años mirando el armario con temor, compensando con el ayuno la culpabilidad de haber comido lo que yo pensaba que era comer en exceso. Permitirme comer solo alimentos como fruta, cereales o tostadas, todo lo demás para mí eran calorías extra, sin saber que esos atracones a cereales se alejaban por completo de la vida saludable que yo quería y me obsesionaba en tener.
El cambio en la báscula era constante, hasta el punto de llegar a pasar días sin comer, afrontar el día a base de cafés y comer solamente en reuniones sociales por eso de no querer ser la rara. Reuniones en las que me permitía comer lo que quisiese, en exceso, porque luego lo compensaría con otros tres días de ayuno. No comer entre semana para comer solo los fines de semana.
La promesa interminable a mi familia de que comería bien, la pregunta incesante a mis amigas de si me veían más gorda o más delgada, el continuo castigo personal por creerme débil al caer en la tentación de comer… Un castigo que me afectaba en todos los aspectos de mi vida y que no me dejaba ser feliz. Cuanto más mayor era, mayor era el problema porque tenía la independencia suficiente para engañar a todo el mundo o para decirle a mis padres que era mayor para elegir cómo o el qué comía, que sabía lo que hacía y que me dejasen en paz. Lo peor es que no veía a mi cuerpo como quería verlo, tan pronto pesaba 54 como 60 kilos…unas variaciones de peso tan brutales e inconscientes como mis estados de ánimo.
Hasta que el machaque mental y los problemas de estómago llegaron a su límite, reaccioné y pedí ayuda. Fue una decisión personal, hablé con mi madre, mi hermana y mi mejor amiga y me respaldaron, encontré a Ylenia y ahora, por fin, llevo un año sonriendo. Como más que nunca y lo mejor de todo es que no hay culpabilidad. La posibilidad de saltarme una comida me pone los pelos de punta, salir a cenar con mis amigos se ha convertido en uno de mi planes favoritos, porque ahora soy yo la que elijo qué es lo que me apetece comer y qué es lo que me sienta bien sin sentirme forzada por la situación, por el día de la semana o la época del año en la que estemos.
Me dan igual los cumpleaños o las Navidades, ahora son una celebración de verdad porque puedo disfrutar de la comida sin pensar en la báscula, ese objeto que antes estaba prohibido en mi casa y que ahora miro sin miedo. Los veranos los disfruto de verdad y no existe la operación bikini, mi peso es constante todo el año. Ahora elijo la ropa que me apetece ponerme cada día sin pensar en lo que comí ayer, ya no pregunto cómo me ven porque me siento bien, no necesito oírlo. Mi peso es constante, como cualquier cuerpo tiene variaciones que dependen de muchos factores que Ylenia me enseña día a día a interpretar para no volver nunca hacia atrás. No siempre veo el número que quiero ver en la báscula, pero sin agobiarme sigo practicando a diario para ser feliz, siguen existiendo los días buenos y malos porque somos personas, pero he aprendido a saber que un día puedo estar más hinchada por la regla o porque son días más tranquilos o menos agitados en los que veo un peso menor. Y en ello sigo, o mejor dicho seguimos. Ylenia ha estado ahí para guiarme, pero sobre todo para enseñarme a ser una persona consciente de sus actos y a día de hoy sigue a mi lado para que mi conducta tenga una base sólida y duradera. Lo mejor del 2014 posiblemente fue encontrarla y que me enseñase todo lo que ahora sé.
Es un proceso largo, muy largo, porque a día de hoy me sigo esforzando. Tantos años de descontrol no se pueden olvidar y a veces tengo recaídas emocionales pero es cuando Ylenia me recuerda todo lo que he avanzado, cómo estaba cuando llegué a su consulta y como estoy ahora, cómo ha cambiado mi sonrisa. En estos meses he adelgazado 9 kilos y por fin me veo como siempre he querido. Ylenia me preguntó hasta dónde quería llegar dentro de lo saludable y me ha ayudado a conseguirlo de una manera sana y responsable, sin agobiarme pero trabajando duro, cada día es una nueva oportunidad para trabajar desde un prisma diferente, superando obstáculos. El esfuerzo es diario pero las ganas de estar bien y mi descanso emocional es mayor que cualquier otra cosa. Incluso duermo mejor.
Somos nosotros mismos los que debemos elegir cómo queremos estar. No sirve de nada que todo el mundo nos diga que estamos perfectos si no nos sentimos bien con nosotros mismos. Aunque solo sea un kilo de más, si no nos gusta, nos puede llegar a machacar y llevarnos a desequilibrios nada recomendables. Ni siquiera un kilo se debe perder con una dieta rápida y sin cabeza. Pedir ayuda profesional no es malo, de hecho es lo mejor que puedes hacer. Sobre todo si tienes la suerte de caer en manos de Ylenia, ella sigue tu proceso 100%, te acompaña, te aconseja, te anima y te protege. Ha estado disponible para mí las 24h del día los 7 días de la semana. En esto no hay vacaciones e Ylenia se implica en cada caso de una manera muy personal y profesional. Hace que no te sientas sola y así es mucho más fácil, ella forma parte de mi día a día, incluso mi familia habla de ella como de una más en la mesa y cada vez que tenemos dudas sobre un alimento o me atacan mis inseguridades es normal oír en casa, “háblalo con Ylenia”, entonces lo hago y ella me devuelve a mi tranquilidad.
Puedo decir que gracias a su apoyo he podido llegar a estar donde estoy.
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